COMENTARIO
Las desigualdades de género
siguen presentes en nuestra sociedad y parecen heredarse de generación en generación.
Se han dado pasos hacia la plena igualdad pero el camino que queda por recorrer
aún es largo y difícil debido a que el alcanzar dicha igualdad depende a su vez
de otros factores sociales, económicos y culturales.
Es posible distinguir entre
dos sexos, pero cuando distinguimos entre ambos de forma psicosocial estamos
cayendo en la discriminación por género. El género es únicamente una realidad
cultural. Los objetos tienen género femenino o masculino debido a una
designación puramente sociocultural, que depende de la visión de cada sociedad.
Lo grave es cuando también de manera sociocultural asignamos roles a las
personas en razón de su género, y tachamos de “sentimental” a las mujeres y de
“duros” a los hombres. Esto lleva a que las mujeres adopten un rol más sumiso y
los hombres, desde niños, asuman un papel más inflexible, menos tierno y más
violento, que incluso podría no corresponderse con su verdadera personalidad
pero con la que estarían socialmente obligados a identificarse. Estamos, pues,
alterando la personalidad de estas personas y su rol social.
La escuela puede y debe ayudar a corregir dicha manipulación socio-cultural. Dicha misión no es fácil ni pueden llevarla a cabo únicamente los profesores sin ayuda de las familias y de la sociedad en general. No obstante, incluso en el ámbito escolar caemos en dichas discriminaciones ya que están profundamente arraigadas en nuestra sociedad, como cuando usamos el masculino para dirigirnos a chicos y chicas.
Hoy en día, la equidad de
oportunidades no es una realidad social y para llegar a dicha igualdad no es
suficiente con una educación mixta, pues muchas desigualdades escapan a lo meramente
formal o aparente para ocultarse tras pensamientos fuertemente asentados en
nuestra forma de ver el mundo, como por ejemplo que sexo y género son una misma
cosa.
La coeducación debe comenzar
desde que los alumnos/as son pequeños, por ello utilizaremos las actividades en
grupo, el juego y el deporte. Los seres humanos a medida que interactuamos con
seres de nuestra misma edad vamos desarrollando una serie de actitudes y
comportamientos que con el paso de no mucho tiempo se asientan para siempre en nuestra
personalidad, de ahí que el tipo de educación que comencemos a recibir marque
nuestro desarrollo personal y social.
Usar el “juego” para ayudar a
fomentar la interacción social de ambos sexos, sin ningún tipo de
discriminación en los juguetes seleccionados para cada persona, la selección de
compañeros/as como parte de nuestro grupo de juego ni en el tipo de juego o actividad
a realizar por cada participante.
Usar el “trabajo en grupo”
para poner un práctica una dinámica de clase en la que chicos y chicas se
valoren por igual, se les asigne roles sin estereotipos y se espere lo mismo de
ambos.
Cuidar la discriminación en el
lenguaje y en los materiales y libros de textos.
Ya pasó de moda el que los
chicos juegan al fútbol, el deporte masculino por excelencia, y las chicas al
voleibol, por poner un ejemplo, pues de esta manera seguimos fomentando
diferencias que provienen de hechos socioculturales como que el fútbol es un
deporte de chicos por su dureza. De esta manera, asociamos dureza o violencia
con chicos, de tal forma que cuando estos chicos crecen llevan consigo una
carga violenta que a veces se manifiesta en “maltrato físico” hacia las
mujeres, a las que ven más débiles e inferiores.
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