jueves, 9 de mayo de 2013


COMENTARIO

Las desigualdades de género siguen presentes en nuestra sociedad y parecen heredarse de generación en generación. Se han dado pasos hacia la plena igualdad pero el camino que queda por recorrer aún es largo y difícil debido a que el alcanzar dicha igualdad depende a su vez de otros factores sociales, económicos y culturales.

Es posible distinguir entre dos sexos, pero cuando distinguimos entre ambos de forma psicosocial estamos cayendo en la discriminación por género. El género es únicamente una realidad cultural. Los objetos tienen género femenino o masculino debido a una designación puramente sociocultural, que depende de la visión de cada sociedad. Lo grave es cuando también de manera sociocultural asignamos roles a las personas en razón de su género, y tachamos de “sentimental” a las mujeres y de “duros” a los hombres. Esto lleva a que las mujeres adopten un rol más sumiso y los hombres, desde niños, asuman un papel más inflexible, menos tierno y más violento, que incluso podría no corresponderse con su verdadera personalidad pero con la que estarían socialmente obligados a identificarse. Estamos, pues, alterando la personalidad de estas personas y su rol social.


La escuela puede y debe ayudar a corregir dicha manipulación socio-cultural. Dicha misión no es fácil ni pueden llevarla a cabo únicamente los profesores sin ayuda de las familias y de la sociedad en general. No obstante, incluso en el ámbito escolar caemos en dichas discriminaciones ya que están profundamente arraigadas en nuestra sociedad, como cuando usamos el masculino para dirigirnos a chicos y chicas.

Hoy en día, la equidad de oportunidades no es una realidad social y para llegar a dicha igualdad no es suficiente con una educación mixta, pues muchas desigualdades escapan a lo meramente formal o aparente para ocultarse tras pensamientos fuertemente asentados en nuestra forma de ver el mundo, como por ejemplo que sexo y género son una misma cosa.

La coeducación debe comenzar desde que los alumnos/as son pequeños, por ello utilizaremos las actividades en grupo, el juego y el deporte. Los seres humanos a medida que interactuamos con seres de nuestra misma edad vamos desarrollando una serie de actitudes y comportamientos que con el paso de no mucho tiempo se asientan para siempre en nuestra personalidad, de ahí que el tipo de educación que comencemos a recibir marque nuestro desarrollo personal y social.

Usar el “juego” para ayudar a fomentar la interacción social de ambos sexos, sin ningún tipo de discriminación en los juguetes seleccionados para cada persona, la selección de compañeros/as como parte de nuestro grupo de juego ni en el tipo de juego o actividad a realizar por cada participante.

Usar el “trabajo en grupo” para poner un práctica una dinámica de clase en la que chicos y chicas se valoren por igual, se les asigne roles sin estereotipos y se espere lo mismo de ambos.

Cuidar la discriminación en el lenguaje y en los materiales y libros de textos.

Ya pasó de moda el que los chicos juegan al fútbol, el deporte masculino por excelencia, y las chicas al voleibol, por poner un ejemplo, pues de esta manera seguimos fomentando diferencias que provienen de hechos socioculturales como que el fútbol es un deporte de chicos por su dureza. De esta manera, asociamos dureza o violencia con chicos, de tal forma que cuando estos chicos crecen llevan consigo una carga violenta que a veces se manifiesta en “maltrato físico” hacia las mujeres, a las que ven más débiles e inferiores.

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